La
artrosis es una enfermedad degenerativa articular que afecta,
esencialmente, al
cartílago hialino
que recubre la superficie ósea de las llamadas
articulaciones sinoviales (rodilla, cadera, articulaciones de las
manos…). Lejos de ser un proceso estático, la artrosis se produce por
un desequilibrio entre los mecanismos de regeneración y degeneración
de dicho cartílago. Como consecuencia de un grupo heterogéneo de
factores, se produce una alteración del metabolismo del condrocito
que conlleva un adelgazamiento del cartílago, asociado a cambios
óseos regenerativos, que, en conjunto, determinarán las
manifestaciones clínicas de la enfermedad que veremos más adelante.
En
algunos textos traducidos del inglés se confunde el término
"osteoarthritis" con "artritis", cuando realmente se refiere a la
"artrosis". Esto produce confusión y algunos pacientes creen que
padecen "artritis", cuando en realidad sufren de "artrosis".
Es recomendable vigilar este aspecto cuando se leen paginas mal
traducidos del inglés.
En
España, más de un tercio de la población mayor de 60 años padece
artrosis, siendo la enfermedad reumática más prevalente. Aunque es
considerada una enfermedad "banal" en la percepción popular, lo
cierto es que es causa de dolor y alteraciones importantes de la
funcionalidad en muchos casos.
El
reumatólogo, que es el médico del aparato locomotor es el
profesional adecuado para el diagnóstico y tratamiento de la
artrosis que afecta en España a más de 7 millones de personas y que
es la causa más frecuente de incapacidad laboral.
¿Cuáles son sus causas?
La
lesión inicial en la artrosis se localiza en el cartílago articular,
que es un tejido monocomponente, es decir, formado por una sola
célula, el condrocito, que segrega una matriz extracelular que dota
al cartílago de especiales propiedades de elasticidad y resistencia.
Este tejido es dinámico y tiene procesos de construcción y
destrucción que, cuando se desajustan, favorecen el desarrollo de la
artrosis.
El
hueso que está justo por debajo del cartílago, llamado "hueso
subcondral", también parece tener un importante papel, aun no
precisado, en el origen de la artrosis.
Una
alteración genética en la mitocondria (organela encargada de la
producción de energía en las células), parece ser una de las causas
genéticas de la artrosis (enlace
externo a la cita), lo que parece confirmar que existen personas
genéticamente predispuestas a sufrirla. Así, el haplogrupo (conjunto
de haplotipos) U, en pacientes con artrosis de rodilla, serían los
más predispuestos a la destrucción del cartílago, en tanto que los
que tienen el haplotipo J, estarían protegidos frente a la misma.
Esto se debería a que las personas con haplogrupo J producen menos
radicales libres de oxígeno. Al parecer, las personas con artrosis,
producen menos SOD2 (Superoxido dismutasa mitocondrial), que se
encarga de destruir los radicales libres.
A
diferencia de los que siempre se piensa, la artrosis es más
frecuente en climas cálidos, ignorándose si existen factores
genéticos ligados a la actividad mitocondrial, que influyan en esta
selección.
¿Cuáles son los síntomas?
El
síntoma fundamental es el dolor, de inicio insidioso, profundo y mal
localizado,
que típicamente aumenta con el movimiento y mejora con
el reposo. Conforme avanza la enfermedad, el dolor se hace continuo
y puede aparecer hasta en reposo. Puede aparecer, además, rigidez
articular agravada después del reposo. Las deformidades articulares
aparecen a lo largo de la evolución de la enfermedad como
consecuencia del aumento del componente óseo y capsular. A la
exploración física se aprecian estas deformidades así como una
limitación de la movilidad con dolor a la presión, chasquidos y
crepitación de la articulación afecta. La radiología en las fases
iniciales puede ser normal, aunque lo más típico es observar un
estrechamiento del espacio articular asociado a esclerosis ósea y
aparición de osteofitos marginales (prominencias óseas). No existen
alteraciones de laboratorio específicas de la artrosis.
¿Quién puede padecerla?
Se
trata de la enfermedad articular más frecuente en la actualidad, con
tendencia a aumentar en relación con el envejecimiento de la
población. Se calcula que afecta a entre un 1 y un 2 por ciento de
la población, con predominio del sexo femenino y una marcada
asociación con la edad. Por debajo de los 55 años, la afectación
articular es similar en hombres y mujeres. Por encima de esta edad,
la articulación más frecuentemente dañada es la cadera en los
hombres y las articulaciones de las manos en las mujeres. Por encima
de los 65 años un 20 % de personas tiene síntomas de artrosis en las
manos y un 30 % en las rodillas.
¿Cuál es el tratamiento?
El
manejo de la artrosis está centrado en el tratamiento de sus
manifestaciones clínicas y, en menor grado, en su prevención. La
posibilidad de efectuar un tratamiento etiológico empieza a tener
unas bases teóricas.
Tratamiento sintomático:
El objetivo deberá ser aliviar el dolor, reducir al máximo la progresión de la enfermedad y evitar en lo posible la incapacidad funcional; por otra parte debe instituirse para cada paciente de forma individual, teniendo en cuenta los distintos factores etiopatogénicos en cada caso (evitar la sobrecarga articular, control de la obesidad…).
Dentro del tratamiento no farmacológico, la fisioterapia juega un papel muy importante para mantener la fuerza muscular y la movilidad articular. Se debe planificar un programa de ejercicios para cada enfermo. De forma complementaria, la electroterapia (onda corta) y la termoterapia (calor local) pueden ayudar a aliviar el dolor. Los aparatos ortopédicos pueden ser útiles en determinados momentos de la evolución de la enfermedad para permitir cierto reposo articular y evitar daños mayores como desviaciones, bloqueos o caídas.
El tratamiento farmacológico incluye las infiltraciones intraarticulares con corticoides y el uso de antiinflamatorios no esteroideos (AINE), que controlan el dolor, empleando siempre la dosis mínima eficaz. Los AINE tópicos pueden ser útiles, como apoyo al tratamiento, en articulaciones superficiales. Si el dolor no remite con AINE y limita de forma considerable la actividad diaria, debe considerarse la utilización de Tramadol, ya sea solo o asociado a Paracetamol.
Tratamiento sintomático:
El objetivo deberá ser aliviar el dolor, reducir al máximo la progresión de la enfermedad y evitar en lo posible la incapacidad funcional; por otra parte debe instituirse para cada paciente de forma individual, teniendo en cuenta los distintos factores etiopatogénicos en cada caso (evitar la sobrecarga articular, control de la obesidad…).
Dentro del tratamiento no farmacológico, la fisioterapia juega un papel muy importante para mantener la fuerza muscular y la movilidad articular. Se debe planificar un programa de ejercicios para cada enfermo. De forma complementaria, la electroterapia (onda corta) y la termoterapia (calor local) pueden ayudar a aliviar el dolor. Los aparatos ortopédicos pueden ser útiles en determinados momentos de la evolución de la enfermedad para permitir cierto reposo articular y evitar daños mayores como desviaciones, bloqueos o caídas.
El tratamiento farmacológico incluye las infiltraciones intraarticulares con corticoides y el uso de antiinflamatorios no esteroideos (AINE), que controlan el dolor, empleando siempre la dosis mínima eficaz. Los AINE tópicos pueden ser útiles, como apoyo al tratamiento, en articulaciones superficiales. Si el dolor no remite con AINE y limita de forma considerable la actividad diaria, debe considerarse la utilización de Tramadol, ya sea solo o asociado a Paracetamol.
El
tratamiento quirúrgico debe ser indicado por el reumatólogo e incluye diferentes procedimientos.
Primero, si es factible la osteotomía (con el fin de evitar la
distribución irregular de cargas), que aliviará el dolor y limitará
probablemente la progresión de la enfermedad. Si no es posible,
habría que considerar la artroplastia o sustitución de la
articulación por una prótesis, muy útil en la cadera y la rodilla.
El equipo facultativo del Instituto Ferran de Reumatología, bajo la
dirección de los reumatólogos, está en disposición de ofrecerle los
más modernos enfoques terapéuticos y preventivos para la artrosis.
Para frenar la evolución de la enfermedad, se han ensayado dos tipos de fármacos, los de efecto sintomático de acción lenta (SAL) y los llamados condroprotectores. Entre los primeros se encuentra el condroitín-sulfato o el ácido hialurónico, que alivian moderadamente el dolor semanas después de su aplicación, con lo que se consigue disminuir el consumo de AINE.
Para frenar la evolución de la enfermedad, se han ensayado dos tipos de fármacos, los de efecto sintomático de acción lenta (SAL) y los llamados condroprotectores. Entre los primeros se encuentra el condroitín-sulfato o el ácido hialurónico, que alivian moderadamente el dolor semanas después de su aplicación, con lo que se consigue disminuir el consumo de AINE.
En
los últimos tiempos han aparecido fármacos que parecen modificar el
curso de la enfermedad (SYSADOA -Symptomatic Slow Acting Drugs in
Osteoarthritis-), como por ejemplo la Diacereína, el Ácido
Hialurónico, el Condroitin Sulfato y el Sulfato de Glucosamina. Su
efecto se inicia después de 2-3 semanas de tratamiento y persiste
entre 2 y 6 meses tras cesar su administración (efecto remanente).
Las guías clínicas más recientes, cuestionan su utilidad.
También es
destacable la técnica de
lavado
articular, que permite, en muchos casos, un significativo alivio
del dolor por periodos prolongados con una técnica sencilla y
económica.
En
el futuro, los fármacos inhibidores de los radicales libres,
selectivos, serán una importante opción de tratamiento.
Mención especial merecen las revolucionarias técnicas de
regeneración del cartílago que se aplican en nuestra
Unidad de Terapia Celular
y se consideran experimentales. Estas técnicas promueven la
renovación del cartílago y se prevé el trasplante de condrocitos,
procedentes de células madre, en un futuro próximo.
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